Cuando salgo a comer con amigos y familiares, tengo la costumbre de ver lo que hay en sus platos, especialmente si es algo diferente a lo mío. La presentación del platillo, la porción y el olor de la comida atraen mis ojos. De vez en cuando, si es un amigo conocido, me ofrece un pedacito o si no extiendo mi tenedor a su plato y agarro. Normalmente, en esta situación, no me cuesta corresponder y preguntarle si quiere probar de mi comida. Sin embargo, hay ocasiones en las que tengo mucha hambre o tengo frente a mí mi comida favorita que ni tan siquiera comparto con las personas que más amo.
La popular historia de Jesús alimentando a una gran multitud se encuentra en varios lugares de los Evangelios. En el relato de Juan 6:1-15 encontramos un detalle importante: la comida que alimentó a miles de personas aquel día era el almuerzo que pertenecía a un niño. A menudo utilizamos esta historia para enseñar a los niños sobre el poder y la importancia de la dádiva. Sin duda, el milagro se produjo como resultado de la obediencia y la respuesta de un niño. Sin embargo, la Biblia es misteriosa y desconocemos los motivos que había en el corazón del niño. ¿Se fijó Andrés en él y le pidió que compartiera su comida? ¿Vio el niño la necesidad y respondió al gran hacedor de milagros que estaba delante de él? No tenemos las respuestas a estas preguntas, pero hay algunas verdades sencillas de esta historia que podemos extraer y enseñarles a los niños.
- Dar es una bendición. Ese día, miles de personas fueron alimentadas y bendecidas por la dádiva de un niño. Aun si el niño solo hubiera compartido su almuerzo con la persona que estaba a su lado, habría sido una bendición para ella. Nuestra dádiva bendice a otros.
- Cuando damos nuestra dádiva, la entregamos en las manos de Cristo. El niño de esta historia y los discípulos no tenían idea del resultado que tendría el pequeño almuerzo. Todo lo que sabían era que tenían que llevar el almuerzo a Jesús. Muchas veces cuando damos nuestra dádiva, nos preocupan nuestros propios motivos y también los de aquellos a quienes damos. [Ciertamente] queremos estar seguros de que nuestra dádiva tendrá un buen uso; esto es ser un buen mayordomo, y tiene mérito. Cuando damos de nuestra dádiva a otros, somos las manos de Cristo a través del Espíritu Santo y estamos haciendo provisión para milagro.
- A veces dar es fácil, y en otras es difícil. Como mencionamos anteriormente, desconocemos los motivos y la actitud del niño en este relato. Es posible que no se le haya sido difícil desprenderse de su almuerzo ese día. O quizás algún adulto que estaba cerca de él vio lo que tenía y lo obligó a compartirlo. O tal vez se preocupó por la situación que veía; pero algo sucedió en su corazón y en su mente que le hizo pensar en lo que podía suceder si tan solo entregaba su almuerzo. ¡Quizá nunca lo sabremos! Pero lo que sí sabemos de nosotros mismos —de los seres humanos— es que a veces damos con gozo, en otras porque nos sentimos obligados y en otras como un acto de obediencia. Las Escrituras nos recuerdan que Dios ama al dador alegre (2 Corintios 9:7), así que siempre debemos pedirle al Señor que corrija nuestra actitud cuando tengamos dificultad con entregar nuestra dádiva.
Cuando se nos presenten oportunidades para dar y enseñar a los niños a ser generosos, recordémosles no solo las verdades bíblicas, sino también los pensamientos y sentimientos relacionados con la acción de dar. Ya sea que la dádiva sea algo sencillo o difícil, debemos entregarla en las manos de Cristo y confiar en que será una bendición.
– Joy Hensley | Directora Internacional del Ministerio de Niños