En 2 Corintios 8, Pablo elogió a los creyentes de Macedonia por su extraordinaria generosidad. En el versículo 5, dice: “…a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios”. Su generosidad fue el resultado de un compromiso más profundo: entregar sus vidas a Dios. Esto resalta un principio fundamental: la mayordomía bíblica no comienza con lo que damos, sino con lo que somos en Cristo.
Entregarnos primeramente a Dios significa ofrecerle plenamente nuestro corazón, mente y alma. [Esta verdad] encarna obediencia al mandato de Jesús en Marcos 12:30: “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento”. Este acto de entrega reconoce que todo lo que somos y tenemos pertenece a Dios. En otras palabras, transforma la mayordomía de una mera obligación en un acto de adoración gozosa. Desde esta perspectiva, nuestros recursos —ya sea tiempo, influencia, dinero o habilidades— no son nuestros para controlar, sino dones que Dios nos ha confiado para Su gloria.
Cuando nos rendimos a Dios, nuestra mayordomía refleja fe y gratitud. Los macedonios, aunque estaban en extrema pobreza, dieron generosamente porque sus corazones estaban alineados con los propósitos divinos. Cuando nos rendimos a Dios, confiamos en Su provisión, lo cual nos libera para dar generosamente y administrar fielmente Sus bendiciones.
Cuando nos entregamos primeramente a Dios, la mayordomía fluye de manera natural. Nuestra entrega transforma la forma en cómo manejamos nuestras vidas y recursos, alineándolos con Su voluntad. Además, se convierte en una inversión eterna, que no solo honra a Dios, sino que avanza Su reino. Cuando Dios tiene el primado en nuestras vidas, experimentamos la libertad y el gozo de vivir como como fieles mayordomos de Sus abundantes bendiciones.
– Cynthia Lawrence / Ministra y Miembro del Comité de Finanzas y Mayordomía