Movilizando a la iglesia para alcanzar al mundo localmente

“No te pido que vayas al campo misionero; te traigo el campo misionero a ti”. Esas fueron las palabras que oí claramente del Señor. Aclaro que rara vez digo que Dios me ha hablado, pero esta vez, no tuve ninguna duda.

Todo comenzó cuando una agencia local dedicada a buscar hogares anfitriones para estudiantes de intercambio extranjeros se puso en contacto conmigo. Mi esposa y yo nunca habíamos considerado esa idea. Estábamos dedicados criando a nuestros tres hijos, de entre cinco y diez años, y pastoreando una iglesia próspera. La idea de interrumpir nuestro horario y rutinas familiares para traer a un joven de otro país –otra cultura, otro idioma– a nuestro hogar durante un semestre escolar parecía absurda. Pero esas palabras no dejaron de resonar en mi mente: Dios me estaba acercando el campo misionero.

Unas semanas después, llegó el día en que recibimos en nuestra casa a una estudiante italiana de preparatoria. A mi entender, ni la agencia era cristiana ni tampoco la huésped. Pero el propósito era que la integráramos en nuestra rutina familiar habitual. ¿Les dije que en ese entonces yo era pastor de una iglesia? Dios debe tener un gran sentido del humor. ¡Más bien, tiene un gran sentido de la misión!

Apenas unas semanas después de su llegada, habíamos regresado a casa del servicio de mitad de semana y ella nos dijo: “Necesito hablar con ustedes”. Entonces, mi esposa y yo nos sentamos a escucharla, “Usted, su familia y su iglesia tienen algo que yo no tengo. ¿Qué es?”, nos dijo. Reconciliarla con Cristo no pudo ser más sencillo. Unas semanas después, aceptó a Jesús como su Señor y Salvador y abrazó la fe cristiana con entusiasmo. Cuando yo regresaba a casa por las tardes, siempre la veía sentada escribiendo versículo tras versículo de la Biblia. Ella disfrutaba de cada aspecto de la vida de la iglesia y crecía espiritualmente, hasta que, orando en el altar, experimentó el glorioso bautismo del Espíritu Santo.

Curiosos por la nueva fe de su hija, sus padres hicieron el largo viaje desde su país hasta nuestro hogar en Semana Santa. No hablaban nuestro idioma, como tampoco nosotros el suyo, pero disfrutamos muchísimo su visita. Antes de marcharse, el padre le pidió que aprendiera todo lo que pudiera sobre el cristianismo para enseñarles a ellos cuando regresara a casa. [Observe], Dios no nos pidió que fuéramos al campo misionero, al menos no en esa temporada. Él trajo el campo misionero a nuestra casa.

Actualmente, la iglesia puede llegar literalmente a todas las naciones –o al menos a muchas de ellas– sin salir de su propia ciudad. ¿Quiere decir esto que ya no tenemos que cruzar océanos para predicar el evangelio? ¡De ninguna manera! De hecho, ruego a Dios que reavive en nosotros el fuego de la gran comisión de ir por todo el mundo. Pero en la marcha, no pasemos por alto las naciones que están en nuestros propios barrios. Creo que muchos de nosotros podríamos tener un pequeño desfile de naciones, simplemente alcanzando a las diversas nacionalidades que viven a unos dieciséis kilómetros de nuestras iglesias locales. Con toda certeza, Dios, literalmente, nos ha traído el campo misionero a nuestras puertas.

Si le interesa esta idea, pero no tiene claro por dónde comenzar, le animo a considerar estas sugerencias sencillas para animar a su iglesia a participar en la misión de alcanzar a las naciones a nivel local:

  • Enseñe y predique la “gran historia” de las Escrituras. La misión de Dios siempre ha sido alcanzar a las personas de todas las tribus, lenguas y naciones.
  • Ore para que su iglesia local vea a su comunidad como un campo misionero.
  • Busque conectarse con los estudiantes internacionales de las universidades cercanas. Su iglesia puede “apadrinar” a estudiantes, invitándolos a comer, a celebraciones, o simplemente ayudándolos a adaptarse a su nuevo entorno.
  • Colabore con organizaciones ya establecidas, como World Relief [organización humanitaria global], para apoyar a las nuevas familias de refugiados e inmigrantes. Las oportunidades incluyen ofrecer clases de inglés como segundo idioma, ayudar con las necesidades prácticas y, simplemente entablar amistades. Celebre las misiones regularmente. La frase “Aquello que se celebra, se repite” es un principio ampliamente reconocido.
  • Evite la “parálisis del análisis”. Usted no lo puede hacer todo, pero puede hacer algo. Así que comience dando el primer paso.

Seguimos en la misión…reconciliando al mundo con Cristo por medio del poder del Espíritu Santo.

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