“…Y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.”
HECHOS 1:8
En ocasiones, sin proponérnoslo, nos acostumbramos a estar en una especie de zona de comodidad en nuestras iglesias locales, asistiendo fielmente a los días asignados para escuchar exhortación de Dios en cada prédica dominical para capacitarnos en las Santas Escrituras. Todo esto está bien, sin embargo, nuestro Señor Jesucristo nos dice en Hechos 1:8, cuando nos instruye a ser testigos, que la labor de ejercer un ministerio de misiones no se fundamenta en nuestras propias fuerzas; sino en la obra y presencia del Espíritu Santo, quien capacita a los creyentes para ir a proclamar el mensaje de Cristo en palabras y acciones. [El mensaje de] la fe que profesamos y testificamos imparte, bondad, compasión y el amor que Dios nos entregó.
La misión global de la iglesia no es solo un llamado a ir lejos, sino también a mirar con nuevos ojos a quienes viven a nuestro alrededor. En muchas ciudades y distintas locaciones dentro de nuestra demarcación geográfica, Dios ha traído a las naciones a nuestra puerta; inmigrantes, refugiados y personas de diferentes culturas conviven con nosotros porque tienen la necesidad de buscar nuevas oportunidades de vivir una vida digna y de calidad humana, juntamente con sus familias. Sería hermoso que dichas personas encuentren un refugio al compartirles las Sagradas Escrituras y también alguna ayuda a través de los ministerios de bien social.
Al analizar el contexto cultural y la cosmovisión que rodearon la vida del apóstol Pablo, así como su ministerio misionero y el notable fruto de su labor, observamos que vivió en un mundo grecorromano, donde las ideas filosóficas griegas y las leyes romanas coexistían con las tradiciones religiosas del judaísmo. Su formación como fariseo le otorgó un profundo conocimiento de las Escrituras hebreas, mientras que su ciudadanía romana le brindó una comprensión amplia del mundo y acceso a distintas realidades sociales. Estas influencias le permitieron conectar eficazmente con diversos grupos sociales, judíos, griegos, romanos y otros pueblos. Esta realidad nos desafía hoy a abrazar una visión misionera integral en nuestras iglesias locales, que no solo mire hacia el exterior, sino que también acoja y ministre a inmigrantes, desplazados y a todas las culturas que conviven con nosotros en nuestras propias comunidades.
En esta combinación de exhortación de la Palabra, observamos que en medio de tribulaciones fuera de sus tierras de origen, [Pablo] abordó las misiones con compasión en medio de necesidades materiales, y no solo llevó el pan espiritual de las enseñanzas de nuestro Creador, sino también el pan material que ayudó a saciar el hambre temporal de quienes la padecían. [Esta misión compasiva] crea un impacto extraordinario en la vida de los amigos. Ellos pueden ver la bondad de Dios hacia los más vulnerables. El desafío es claro: observar nuestros entornos más cercanos como un terreno fértil para sembrar la Palabra. Dios nos impulsa y nos inspira a través de Su Espíritu Santo a hacer y querer como una necesidad tangible para resolver diferentes problemas, trayendo así paz a través de Sus Escrituras y esperando en Él en medio del caos existencial.
La movilización de la iglesia comienza con enseñar, capacitar, dar las herramientas y recordar a los creyentes el plan y la visión global de Dios. Jesús fue el mayor movilizador, oró, animó, capacitó y envió a otros a llevar adelante Su misión. Él lideró a través a Su propio ejemplo.
Hoy, el Espíritu Santo nos impulsa a salir de nuestra zona de comodidad y ver a nuestros vecinos, compañeros de trabajo y de universidad, inmigrantes y amigos como personas a quienes Dios ama y desea alcanzar. Cuando emulamos el accionar de Cristo, Él pone la gracia y Su cobertura divina para guiarnos e instruirnos en cómo debemos abordar el tema de las misiones. No tenemos que salir de nuestras propias naciones para realizar un hermoso y extraordinario trabajo en las localidades ya mencionadas. No nos preocupemos cuándo y cómo estructurar la misión; con el solo hecho de tener la firme convicción de hacerlo, Dios nos irá instruyendo conforme vayamos avanzando en dicho proceso de alcanzar a nuestras comunidades más cercanas dentro del marco de nuestras propias naciones. [Sin duda,] siempre existirá un campo blanco que podamos trabajar, primero sembrando la semilla y equipando a otros para plantar la obra y apoyándola hasta que puedan volar con alas propias.
De igual manera, siempre existirá la preocupación de cómo lo haremos, pero basta con pedir dirección al Padre y Él verá nuestro deseo ardiente de accionar y veremos como las puertas se abren y los obreros se añaden de acuerdo al plan y propósito de Dios.
¿Cómo poner manos a la obra? Primero, necesitaremos identificar a los líderes que poseen habilidades de capacitación para equipar con las herramientas necesarias y formar dentro de la iglesia un ministerio de misiones e intercultural. La iglesia puede equipar a sus miembros a través de talleres, seminarios y cursos sobre evangelismo, hospitalidad y plantación de iglesias, especialmente en contextos multiculturales.
En distintas partes del mundo existen conflictos políticos, de guerras, que obliga a la gente a ser desplazada de sus tierras de orígenes y como consecuencia viven en situaciones difíciles. Debemos colocarnos en los zapatos de todos quienes sufren a causa de ello con empatía y compasión. Es fundamental crear espacios seguros donde se celebre la unión y el apoyo emocional de los que sufren por estas causas. Solo imaginar el dolor de madres solteras, viudas, adultos mayores y discapacitados es suficiente para impulsarnos a mostrar la bondad que Dios nos dio cuando nos acogió en Sus brazos. Él murió en la cruz por nuestras transgresiones y pecados.
Algunas ideas prácticas podrían incluir:
- Ofrecer clases de idiomas para ayudar a los recién llegados y, al mismo tiempo, construir puentes de amistad y solidaridad fraternal con ellos.
- Organizar actividades que se puedan integrar, permitiendo compartir el evangelio de manera relevante y contextualizada.
- Establecer programas de alcance comunitario como tutorías, actividades deportivas o talleres de habilidades prácticas que respondan a las necesidades reales de dicho segmento y también que les sirva para poder proveerse por sí solos y con un acompañamiento.
- Crear un ministerio de oración y apoyo para interceder por las naciones presentes en nuestro entorno, especialmente por las que están en conflictos de guerras e inestabilidad política. Recuerdo perfectamente un libro que impactó mi vida en el cual el autor decía que el éxito del crecimiento de todas las iglesias que había dirigido radicaba en tener un Grupo de Oración 24/7 de forma ininterrumpida. [Estratégicamente] colocaba e identificaba a los intercesores para que cada uno se reuniera en la iglesia a una hora determinada para que entre todos cumplieran el ciclo del reloj 24 horas continuas, intercambiando de forma asignada a dichos intercesores. Estoy convencido de que en el centro de toda inquietud, plan, estrategia, organización, primero debemos de dedicar un tiempo precioso en oración para que el Dios creador de los cielos respalde nuestras peticiones y deseos genuinos de alcanzar las almas.
Cuando la iglesia abraza su llamado local y tiene una visión global, se convierte en un testimonio vivo del amor de Dios. La única forma de lograrlo es emulando a Jesucristo, quien en Su trayecto terrenal nos dejó una enseñanza valiosa de cómo ser relevantes y transformadores cuando decidimos de manera desinteresada poner nuestro granito de arena.