La gratitud y la temporada de espera

La espera puede sentirse como un desierto. Los israelitas lo sabían bien: cuarenta largos años vagando por el desierto, a menudo quejándose en lugar de estar agradecidos [en sus corazones]. “—¿Hasta cuándo ha de murmurar contra mí esta perversa comunidad? Ya he escuchado cómo se quejan contra mí los israelitas” (Números 14:27 NVI). Su ingratitud transformó la travesía de la promesa en una temporada de desesperación. Lo que estaba destinado para fortalecer su fe se convirtió en un ciclo de dudas y quejas. Su historia nos recuerda que la forma en que respondemos en las temporadas de espera tiene el poder de moldear no solo nuestra actitud, sino también nuestro destino. En nuestras propias vidas, la espera a menudo se disfraza de incertidumbre. Esperamos sanidad, provisiones, la reconciliación de relaciones, oraciones que sean contestadas, puertas que se abran aun cuando están cerradas. Cuando esperamos la ayuda de Jesús o que Sus promesas se hagan realidad, pero las respuestas no llegan, el corazón ingrato pronto comienza a amargarse, porque la queja surge de manera natural. Sin embargo, una actitud de ingratitud solo alargará el desierto, haciendo que el camino se sienta más árido, pesado e infinito.

Sin embargo, la gratitud lo cambia todo. “Den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús”. (1 Tesalonicenses 5:18 NVI) Cuando llenamos nuestra espera con acción de gracias, la esperanza comienza a crecer. El agradecimiento no niega el dolor de la espera, sino que replantea la espera a la luz de la fidelidad de Dios. Un corazón agradecido recuerda Sus misericordias pasadas y dice: “Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios”. (Salmo 103:2) Recordar tiene el potencial de alimentar la confianza en el futuro. De repente, la espera ya no se siente como un abandono, sino como una anticipación. La gratitud transforma el desierto árido en tierra santa, donde nuestra fe se profundiza en lugar de marchitarse.

Lo cierto es que ya tenemos una promesa cumplida, aun en medio de lo que todavía esperamos. Jesús nos ha concedido el don del Espíritu Santo –Su presencia permanente en nosotros. “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16) Esta es una verdad trascendental; es la seguridad de Su presencia y la garantía de que todo lo prometido se cumplirá. Dar gracias por el Espíritu nos mantiene firmes en la victoria de Cristo en la cruz. “Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”. (1 Corintios 15:57) La gratitud nos ancla a esa obra terminada. Al recordar el Calvario, se nos recuerda que la promesa más grande ya está garantizada: la reconciliación con Dios, el perdón de nuestros pecados y la vida eterna. Cada una de las demás promesas, aunque todavía anhelamos verlas cumplidas, están seguras en Sus manos.

Esta actitud de agradecimiento no solo nos fortalece personalmente, sino que nos impulsa hacia afuera. La gratitud aviva el deseo de compartir a Jesús con los demás, aun mientras esperamos nuestro propio milagro. “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”. (Mateo 5:16). Cuando damos testimonio de la bondad de Dios –de lo que Él ya ha hecho en nosotros– dirigimos a otros hacia la esperanza que también está a su alcance. De este modo, la espera adquiere un propósito misional. [Así que] la gratitud no permitirá que la espera calle nuestra voz.

Mientras esperamos la llegada o la ayuda de Jesús, sin importar cómo se manifieste, la gratitud nos ofrece estabilidad. [Nos ayuda] a mantener nuestros ojos fijos en Sus promesas en lugar de en nuestra incomodidad. “Pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas” (Isaías 40:31). Un corazón agradecido le da sentido a la espera, convierte la espera en devoción, el anhelo en adoración y la paciencia en un testimonio vivo de fe.

Así que, en cada temporada de espera, susurre palabras de agradecimiento. Dé gracias a Dios por lo que ha hecho, está haciendo y aún hará. “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Filipenses 4:4). Aun mientras espera el milagro, aun antes de que llegue la respuesta, exprese su agradecimiento a Dios.

La gratitud no simplemente reduce el tiempo en el desierto; sino que lo santifica. Convierte el tiempo que parece perdido en un momento de santidad. El agradecimiento le da un nuevo significado a la espera, y nos moldea para que seamos más como Cristo. Cuando nuestro corazón rebosa de gratitud, la espera deja de ser un páramo desolado y se convierte en un terreno de adoración, confianza y transformación. La gratitud nos motiva a acercar a otros hacia Jesús, mostrándole al mundo que, aun en las dificultades, la bondad de Dios es real y Sus promesas no fallan.

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