Introducción
Desde mediados del siglo XX, el término “evangelio social” ha tenido connotaciones tanto positivas como negativas en diferentes sectores del cristianismo. Debido a las limitaciones de espacio de este artículo no trataremos con mayor detalle la polémica que se desarrolló entre aquellos que tenían diferentes perspectivas respecto al enfoque de este aspecto del evangelio. Basta con decir que el término “evangelio social” surgió como respuesta a los efectos negativos de la industrialización sobre los más vulnerables de la sociedad, especialmente los pobres. Los esfuerzos que se hicieron para abordar y, en su caso, encontrar soluciones para estas consecuencias negativas se conoce como “justicia social”. Así que, colocar la “justicia social” junto a la gran comisión en el título del artículo probablemente genere tensiones similares.
No obstante, la premisa de este artículo es que la justicia social y la gran comisión no son mutuamente
excluyentes, sino que están entrelazadas. Por lo general, la gran comisión es interpretada a través
de los lentes del evangelismo y el discipulado (y esto es correcto). Por consiguiente, el éxito en el cumplimiento de este mandato es medido con frecuencia, aunque no exclusivamente, por la transformación individual. Esto sin duda es un principio fundamental en nuestra tradición evangélica, pero también debemos reconocer que el poder transformador del evangelio debe confrontar y desmantelar los sistemas y estructuras opresivos. Este es el llamado a la justicia social al que se refiere el evangelio, una justicia que tiene su origen en la esencia misma del Dios trino. Kallistos de Diokleia dice: “Nuestra creencia en un Dios
trinitario, en un Dios de interacciones sociales y de amor mutuo, nos impulsa a oponernos a todas las formas de explotación, injusticia y discriminación. En nuestra lucha por los derechos humanos, actuamos en nombre de la Trinidad”.[1]
En [el libro] Living the Justice of the Triune God (Vivir la justicia del Dios trino), David N. Power y Michael Downey afirman: “La búsqueda de la justicia es fundamental para la vida del creyente y constituye un aspecto único y esencial de la ‘vida espiritual’. Necesitamos una espiritualidad cristiana que inspire una pasión por la justicia en aquellos que buscan ser guiados por el Espíritu, en un mundo que anhela desesperadamente la justicia misma de Dios”. La centralidad de la justicia en la espiritualidad cristiana que Power y Downey sugieren es algo que con frecuencia se ve diluido en el fervor del evangelismo. Por consiguiente, la espiritualidad cristiana no solo debe preocuparse por el alma eterna de las personas, sino también por las condiciones existenciales en las que viven y sufren con frecuencia.
La justicia en la Biblia
El vocablo hebreo traducido como justicia en el Antiguo Testamento es misphat. Leon Morris dice al respecto:
Mishpat es un atributo de Dios; mishpat no es simplemente algo que Dios hace; es quien es. Dios es el creador y protector de mishpat, y todo lo que hace refleja Su carácter. El mishpat emana de Él. Cuando practicamos la justicia, no estamos obedeciendo una ley humana vacía; estamos mostrando al mundo cómo es Dios. Él ama el mishpat (la justicia y la rectitud), y espera que Sus hijos vivan de esa manera.[3]
A continuación, enumeramos algunos de los muchos desafíos actuales con profundas repercusiones sociales que la iglesia debe enfrentar en pos de la justicia —la justicia divina (mishpat):
- ¿Cómo se manifiesta la justicia frente a la crisis migratoria en Estados Unidos y en el resto del mundo?
- ¿Cómo se manifiesta la justicia ante las crisis humanitarias mundiales (a pesar de las causas)?
- ¿Cómo se manifiesta la justicia ante la disparidad económica global que resulta en pobreza, indigencia y hambre?
- ¿Cómo se manifiesta la justicia social frente a la inequidad en el acceso a la atención médica adecuada que lleva a resultados de salud adversos en las comunidades pobres, minoritarias y marginadas alrededor del mundo?
- ¿Qué tiene que ver todo esto con la gran comisión?
Estas preguntas no son fáciles de abordar, sobre todo en el clima sociopolítico que vivimos. No vamos a responder a ellas en este artículo, pero sin duda son preguntas que no deben ser ignoradas en nuestra búsqueda de reconciliar al mundo con Cristo a través de nuestros esfuerzos evangelísticos empoderados por el Espíritu Santo. En esta búsqueda, el mensaje reconciliador del evangelio debe ir de la mano con la justicia. Esta justicia se entiende como el “orden correcto” de la sociedad, en armonía con la esencia trinitaria de Dios. Power y Downey dicen:
Vivir por la justicia divina es ser consciente de que la humanidad es justificada no por su propia concepción de justicia, sino por la justicia con la que Dios justifica a una raza pecadora. Los sistemas de justicia intramundanos diseñados para establecer orden y equidad deben reconocer y responder a un orden superior que inspira un sentido de humanidad compartida y una búsqueda de conexión más profunda, que lleve al desarrollo pleno y auténtico de la humanidad en su conjunto.4
Este “orden correcto” debe estar motivado por el amor —el amor ágape que refleja la esencia del Dios trino para el mundo y que se convierte en el poder del evangelio. La gran comisión es el mandato de demostrar el amor de Dios al mundo a través de las buenas nuevas de Jesucristo. Como señalan Power y Downey acerca de este vínculo inseparable entre el amor de Dios y la justicia: “Los teólogos cristianos dicen que en la dispensación cristiana el amor es la esencia misma de todas las virtudes, y la justicia, con su enfoque en el orden y el bienestar, está incluida en este amor”. Por lo tanto, la justicia es inseparable del amor genuino; uno no puede existir sin el otro. Por consiguiente, cumplir con la gran comisión, motivados por este amor divino, requiere comprometerse con la justicia y ser defensora de ella.
La gran comisión
“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. (Mateo 28:19, 20)
El mandato de enseñar a todas las naciones no es otro que difundir las enseñanzas de Jesús. Estas enseñanzas se centraban en los perdidos espiritualmente y en su necesidad de ser reconciliados con el Padre. También se centraban en los más pequeños y los más vulnerables. Los más pequeños y los más vulnerables son los marginados de la sociedad —aquellos que se encuentran en la periferia de la sociedad y se le niega el acceso a la abundancia de recursos que hay mundialmente. Estos son los más desfavorecidos y expuestos a las duras realidades de la globalización, la inestabilidad económica y el poder corporativo sin control, y todas las fuerzas que afectan de manera desigual a los pobres. Este enfoque holístico de la enseñanza (cumplir con la gran comisión) debería ser la pedagogía de la iglesia.
Seguido, tenemos el mandato de bautizar. Personalmente sostengo que el bautismo debe adoptar una perspectiva tanto sacramental como sociológica. El bautismo es una inmersión espiritual transformadora en el Dios trino, fuente de amor y justicia perfectos, más allá del acto simbólico de la inmersión en agua y la confesión pública. Una inmersión espiritual en la naturaleza del Dios trino revela que todas las personas son dignas del mismo respeto, justicia y equidad porque han sido creadas a imagen de Dios. Esta comprensión requiere un evangelio que promueva activamente la justicia para todos como reflejo de esa imagen divina.
En el discurso escatológico de Mateo 25, Jesús dice claramente que nuestras acciones hacia los más pequeños y los más vulnerables de la sociedad es un indicador crucial de nuestro compromiso con la gran comisión:
“Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí”. (Mateo 25:34-36)
Para concluir, vivir plenamente la gran comisión requiere buscar activamente la justicia, una que busque reflejar el orden deseado por Dios y defienda la dignidad inherente de todas las personas, en particular de los marginados, que a menudo son ignorados o deshumanizados por sistemas injustos. El mensaje de la gran comisión es el evangelio de Jesucristo. Este evangelio busca la transformación tanto individual como social. Este evangelio de transformación social demanda justicia en nombre de toda la humanidad. El llamado profético de la iglesia es a buscar incansablemente la justicia, tal como se ejemplifica en Amós 5:24 (NVI): “Pero ¡que fluya el derecho como las aguas y la justicia como arroyo inagotable!”.
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[1] Kalllistos of Diokleia. “The Human as an Icon of the Trinity.” Sobornost 8, no. 2 (1986): 12, https://static1.squarespace.com/static/56a7e8a605f8e2daf71379af/t/65df4e679637630f43bf80d8/1709133419124/The+Human+Person+as+an+Icon+of+The+Trinity.pdf.
[2] David N. Power et Michael Downey, Living the Justice of the Triune God (Collegeville, MN: Liturgical Press, 2012), xi.
[3] Leon Morris, The Biblical Doctrine of Judgment (Eugene, OR: Wipf and Stock Publishers, 2006), 60.
[4] Power et Downey, Living the Justice, 63.