Como seguidores de Cristo, Dios nos ordena a vivir vidas santas, apartadas del pecado universal que aflige al mundo. Al mismo tiempo, el imperativo que se encuentra en Mateo 28:19, 20 nos impulsa a “id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Este llamado es un mandato para mantener contacto con el mundo con el único propósito de compartir el mensaje del evangelio. Por otra parte, el pasaje de Hechos 1:8 dice: “…pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. La Palabra de Dios nos entrega la responsabilidad de llevar el evangelio hasta los confines del mundo.
Nuestros antepasados abrazaron esta ordenanza y se embarcaron en una misión global para llevar el mensaje de Jesús de Nazaret a todas las naciones, con el único objetivo de alcanzar los rincones más recónditos de la tierra. Esta misión fue impulsada por la declaración de Jesús en Juan 3:17, donde explica el propósito de Su encarnación: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él”. Así que los prodigios extraordinarios y milagros de Jesús nunca fueron su objetivo primordial; sino que Su plan divino era la redención de la humanidad.
Sin embargo, debido a la influencia de las tendencias contemporáneas y las prioridades eclesiásticas del presente, muchos miembros del cuerpo de Cristo están más interesados en apoyar proyectos misioneros secundarios que en invertir en los misioneros que día a día enfrentan retos económicos difíciles para cumplir con sus responsabilidades misioneras. Aunque es imprescindible que continuemos aportando nuestra ayuda a los proyectos que bendicen a nuestras comunidades, porque ha sido y sigue siendo un aspecto integral del ministerio de Jesús y de la iglesia, no debe impedirnos de ninguna manera seguir apoyando generosamente a nuestros misioneros.
En conclusión, la participación comunitaria es fundamental, puesto que no podemos desatender las necesidades de aquellos a quienes ministramos. Sin embargo, es importante reconocer que este tipo de ayuda es solo una parte del ministerio de Jesús. En otras palabras, es una manifestación tangible del amor de Dios y de nuestro propio amor hacia al prójimo. Al mismo tiempo, vivimos en un mundo cautivo por el enemigo de nuestras almas, un mundo que también necesita conocer la narrativa bíblica, el mensaje del evangelio y cómo ser discipulado. Este compromiso solo puede ser alcanzado por aquellas personas que han decidido valientemente dejar su entorno familiar, como lo hizo Abraham, para cumplir el llamado a las misiones. Estas preciosas personas necesitan de nuestro apoyo para que no carezcan de nada y puedan concentrarse únicamente en transmitir la verdad divina a un mundo que, como mencioné anteriormente, está cautivo, afligido y lleno de desesperación. No olvidemos a nuestros misioneros a la hora de recaudar las ofrendas misioneras en nuestras iglesias locales; ellos también son sumamente importantes en la difusión de la verdad mientras comparten el evangelio de nuestro Señor Jesucristo alrededor del mundo.
Que nuestro Señor los guarde y los bendiga mientras continúan sirviendo “en la misión” con Él.
Obispo Gabriel E. Vidal, DMin | Presbítero general de Sudamérica