El llamado al ministerio sigue siendo uno de los más altos honores y una de las tareas más desafiantes que uno puede recibir. Para muchos, no es solo un trabajo, sino una vocación de por vida que le da forma a nuestra identidad, valores y relaciones. Los ministros, en específico los pastores, suelen pasar horas despiertos meditando y buscando maneras para ayudar a aquellos a quienes sirven. Las funciones y responsabilidades de la pastoral son únicas e integrales, y nos requieren estar presente en la vida de las personas a las que servimos a lo largo de sus vidas.
El trabajo pastoral consiste en dedicar bebés, bautizar nuevos convertidos, celebrar servicios fúnebres, negociar contratos, gestionar presupuestos limitados, supervisar a un ejército de voluntarios y, si tenemos la bendición, dirigir también a algunos miembros del personal que reciben compensación. En adición, preparamos y predicamos innumerables sermones, estudiamos las Escrituras para la enseñanza diaria, y también hacemos función de carpinteros y plomeros cuando algo se rompe en la iglesia. En muchos sentidos, se espera que el pastor sea un experto en todas las cosas. Estas distintas responsabilidades pueden ser abrumadoras, pero en última instancia, nos recordamos a nosotros mismos de que “todo es parte de nuestro trabajo”, incluyendo nuestra familia que también podría estar lidiando con sus propios desafíos y necesitan nuestra atención.
Henri Nouwen, en su clásico libro El sanador herido, dice que no podemos “eliminar el sufrimiento sin haber pasado por ello”. Esta afirmación tiene mucha verdad y también plantea importantes interrogantes sobre el sufrimiento que experimentan los pastores al lidiar con el dolor de los demás. El cuidado pastoral implica tener que conocer las luchas y los traumatismos de los congregantes, lo cual repercute en el bienestar mental y emocional de los ministros. Al hablar con otros médicos clínicos, ejecutivos, educadores y administradores que apoyan a personas afectadas por el traumatismo, existe una creciente preocupación por los efectos duraderos en la mente, el cuerpo y el espíritu de aquellos que cuidan a personas con experiencias traumáticas.
El [síndrome de] desgaste ocupacional es caracterizado por un agotamiento de la energía, a menudo acompañado de agotamiento físico y psicológico. Los pastores que experimentan el síndrome de desgaste pueden sentir vergüenza de buscar ayuda por temor a ser acusados como poco espirituales, faltos de fuerzas o raquíticos de oración. Peor aún, podían temer que se les tache de descarriados. La imagen pública que aparenta que “todo está bien” esconde la angustia que podrían estar sufriendo los pastores, contribuyendo a lo que el Cirujano General [de los EUA] se refiere como una epidemia de soledad y aislamiento.
Esta soledad puede agravarse por las expectativas puestas sobre los pastores de mantener siempre una imagen de autocontrol y firmeza. Se nos considera líderes espirituales que debemos tener todas las respuestas, lo cual nos lleva a un sentimiento de aislamiento cuando nos enfrentamos a nuestros propios problemas. Muchos pastores creen que no pueden compartir sus vulnerabilidades, y esto los lleva a una presión interiorizada que solo agrava su angustia. Este aislamiento puede conducir a una espiral descendente, dificultando aún más la búsqueda de apoyo. Cuando los pastores experimentan soledad y aislamiento, a menudo disminuye su productividad, incluida la pérdida de imaginación para predicar sermones poderosos e impartir enseñanzas relevantes que cambien la vida de las personas. Los pastores que tienen problemas de salud mental no pueden manifestar el fluir de la unción ni rendir el máximo.
Otro término igualmente importante, aunque menos común que el anterior, es la fatiga por compasión. Esto ocurre a personas que cuidan a pacientes que sufren agotamiento emocional. Es un [síndrome] que se produce por el peso del sufrimiento de otros. Esto pudo haber sido lo que experimentó Jesús, como registra el Evangelio de Mateo 9:36: “Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor”. También lloró por Jerusalén al ver el sufrimiento que padecerían.
La fatiga por compasión trasciende la empatía; es más profunda que la simpatía. En el [campo de la] resolución de trauma, lo llamamos acoplamiento neural. La ciencia emergente indica que el cerebro del cuidador a menudo tiene dificultades para distinguir entre sus propias experiencias y las de la persona que recibe el cuidado. Esta conexión significa que la carga emocional de otros puede tener un peso mayor sobre el cuidador, provocando sentimientos de impotencia y desesperación.
Para aquellos que creen que son inmunes al desgaste ocupacional, la fatiga por compasión o el trauma vicario o secundario, Rachel Remen señala: “La expectativa de que podemos estar inmersos en el sufrimiento y la pérdida diariamente y no ser tocados por ella es tan poco realista como esperar poder [sic] caminar a través del agua sin mojarnos. Este tipo de negación no es poca cosa”. La perspectiva de Remen recalca la importancia de reconocer nuestras respuestas emocionales ante el sufrimiento de los demás.
En la segunda columna de esta serie de tres partes, exploraremos formas en que los pastores pueden practicar el autocuidado. Ello incluirá el énfasis en la importancia de alcanzar a otros, comprender las limitaciones de sus funciones y responsabilidades, y reconocer la necesidad de buscar apoyo en lugar de sufrir en silencio. Los pastores deben saber que es aceptable no tener todas las respuestas y que la vulnerabilidad puede ser una fuente de fortaleza. Crear una red de apoyo entre colegas puede ayudar a mitigar el aislamiento en el ministerio.
La tercera y última columna motivará a las iglesias locales a desarrollar una teología del cuidado pastoral saludable y simbiótica. Esta teología no solo debe reconocer la naturaleza sacrificada del trabajo pastoral, sino también priorizar el bienestar de aquellos que son llamados a servir.
De manera que, al fomentar un entorno de comunicación abierta y apoyo, las iglesias pueden crear una cultura en la que los pastores se sientan apoyados para buscar ayuda sin miedo al estigma. La creación de grupos de apoyo, la disponibilidad de recursos de salud mental y los consejos de prácticas de autocuidado pueden ayudar a mitigar la carga emocional del ministerio. Por último, la salud del pastor está intrínsecamente ligada a la salud de la congregación, por lo tanto, es esencial
que ambos crezcan juntos.
– Obispo Roger Ball, LCSW, PhD
Referencias
Grupo Barna. Diversos informes sobre la salud mental y el bienestar del clero.
Nouwen, Henri. The Wounded Healer: Ministry in Contemporary Society. New York: Doubleday, 1979.
Remen, Rachel Naomi. Kitchen Table Wisdom: Stories That Heal. New York: Riverhead Books, 1996.