La justicia social como parte de la gran comisión

La gran comisión no es una sugerencia, es un mandato divino. El mandato de Jesús en Mateo 28:19, 20 de “id, y haced discípulos a todas las naciones” siempre ha sido fundamental para nuestra misión. Pero ¿qué si entendiéramos esta misión más plenamente, no solo como proclamación, sino como demostración? ¿Qué si la gran comisión y la justicia social no fueran visiones contrapuestas, sino expresiones complementarias del amor redentor de Dios?

Como pentecostales comprometidos con reconciliar al mundo con Cristo a través del poder del Espíritu Santo, debemos abordar las luchas reales que enfrenta la gente al mismo tiempo que proclamamos la esperanza de la eternidad. Realidades como la pobreza, carencia de vivienda, la discriminación y las desigualdades educativas no son preocupaciones secundarias, sino barreras que impiden el desarrollo humano y muchas veces son obstáculos para que la gente escuche el evangelio. El conocido teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer destacó la importancia de ver a las personas a través del lente de su sufrimiento. No conozco el origen de la siguiente afirmación, pero es muy acertada: “Servir a las personas en su sufrimiento, no diluye el mensaje, sino que lo magnifica”.

Jesús no solo predicó en las sinagogas; también sanó a los leprosos, alimentó a los hambrientos, se preocupó por los marginados y restauró a los quebrantados. Su proclamación del reino siempre estuvo acompañada por Su ministerio hacia los pobres y marginados. En Lucas 4:18, Jesús declaró: “El Espíritu del Señor está sobre mí…” Esta unción le dio poder para proclamar las buenas nuevas a los pobres, pero también lo ungió para proclamar libertad, sanidad y liberación a los oprimidos. La unción de Jesús no se limitó al ámbito espiritual únicamente, incluyó todos los aspectos de Su ministerio práctico.

La iglesia primitiva siguió Su ejemplo. En Hechos 6, leemos que los apóstoles atendieron el descuido que había hacia las viudas en la distribución diaria de comida, nombrando a líderes llenos del Espíritu para que se aseguraran de que hubiera justicia con ellas. El buen samaritano no ignoró al hombre que había sido asaltado y yacía en el camino herido; vendó sus heridas y lo cuidó. Pedro no ignoró ni se molestó con el hombre que estaba junto a la puerta del templo cuando él estaba a punto de entrar a orar; sino que lo sanó. Santiago 2:17 dice que “…la fe, si no tiene obras, es muerta” y que la verdadera religión cuida de los huérfanos y las viudas (1:27).

El evangelismo y la acción social representan las dos alas del mismo pájaro. La justicia social, guiada por el Espíritu y centrada en Cristo, no es una distracción del evangelismo; sino lo que muchas veces prepara el corazón para el mensaje. En algunas comunidades, la gente no “escuchará” el evangelio hasta que lo “vean”. Un bocado de comida no es la salvación, pero puede ser la puerta a través de la cual llegue la salvación.

No debemos realizar acciones sociales por el simple hecho de hacerlo. Nuestra misión no es el activismo, sino la reconciliación. Esta es la razón por la cual todo lo que hacemos debe estar dirigido el Espíritu Santo. La unción del Espíritu no es solo para hablar en lenguas u operar señales y prodigios; también es dada para defender a los que no tienen voz, para derribar barreras de división y actuar con justicia, amar la misericordia y caminar en humildad con Dios (Miqueas 6:8). El verdadero poder de Pentecostés se manifiesta tanto en el púlpito como en la alacena, en el santuario y en la calle.

Pueda que a algunos les preocupe que el énfasis en la justicia podría disminuir nuestro compromiso con la predicación del evangelio. Es una preocupación válida. Sin embargo, le exhorto a considerar estos esfuerzos no como un reemplazo de nuestra predicación, sino como una extensión del mismo. [Esfuerzos como] ayudar a un niño a salir del analfabetismo, asistir a una madre sin hogar a encontrar refugio, ayudar a una comunidad dividida a encontrar unidad no son solo éxitos sociales; también son victorias espirituales cuando se hacen en el nombre de Jesús a través del poder del Espíritu Santo.

Cuando las cosas se hacen correctamente, la justicia social no significa que la iglesia pierda su voz; por el contrario, gana voz en el mundo. No significa que la iglesia pierda el mensaje del evangelio; más bien, la iglesia vive el mensaje que predica. Así que… ¡VIVA CON PASIÓN! ¡AME A LO GRANDE! ¡SIRVA A LO GRANDE! ¡Es lo que haría Jesús!

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