JESÚS CONOCE A SUS DISCÍPULOS | PARTE 3
Este artículo es el último tema de la serie sobre la transformación del discípulo, un cambio que solo ocurre cuando permanecemos con Jesús y aprendemos de Él.
La transformación del discípulo
Como hemos mencionado, la meta del discipulado cristiano es ser transformados a la imagen de Jesús. Este es un proceso que no ocurre de la noche a la mañana. Es el resultado de seguir a Jesús, permanecer en Él, aprender de Él y obedecerle. Pedro, Juan y Jacobo nos dan un ejemplo de este proceso de transformación. Cuando ellos comenzaron su proceso de discipulado con Jesús, eran hombres peligrosos y violentos, con instintos aún de matar y destruir a sus adversarios si fuera necesario. A pesar de conocer sus debilidades, Jesús no los rechazó, sino que los acercó hacia Él. Les enseñó con Su vida lo que significa ser un verdadero discípulo a través del amor y una relación de hijo. Sus vidas, con toda certeza, son un testimonio vivo del poder transformador de Jesús.
La transformación es alcanzable a través de nuestra relación filial con Jesús. Jesús no solo desea hacernos Sus discípulos, sino también Su familia. Los discípulos primero fueron seguidores; luego Jesús los convirtió en Sus amigos (Juan 15:14, 15), Sus hermanos (Juan 20:17) e hijos de Dios (Juan 1:11-13; 13:33). Esta relación fue sellada con la venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés.
Aunque no se conservan escritos de Jacobo, las dos epístolas de Pedro y las tres de Juan demuestran que asimilaron el lenguaje de su maestro, lo que da testimonio de su transformación interior personal.
La transformación de Jacobo y Juan
Jesús llamó a Jacobo mientras remendaba redes con su hermano Juan (Marcos 1:19, 20). [El texto dice] que ellos no solo dejaron sus redes, también dejaron a su padre en la barca con los jornaleros y, a los dos se les dio el nombre Hijos del Trueno. En Marcos 5:37 dice que Jacobo, junto con Pedro y Juan, fueron testigos de la resurrección de la hija de Jairo. También fue testigo de la transfiguración de Jesús (Marcos 9:2) y estuvo con Jesús en el Getsemaní (Marcos 14:33).
Por otra parte, mantenga en mente la petición que él y su hermano le hicieron a Jesús: que les concediera sentarse en Su reino uno a la derecha, y el otro a su izquierda (Marcos 10:37). Jesús respondiéndoles les dijo que no tenían idea de lo que pedían. Luego les preguntó si podían beber la copa que Él bebería y ser bautizados con el bautismo con el que sería bautizado. Ambos le respondieron que estaban dispuestos a beber de la copa y a ser bautizados en el bautismo de Su muerte. Jesús afirmó que en efecto lo harían.
Poco tiempo después, Jacobo bebió esa copa y fue bautizado con el bautismo de la muerte de Jesús. En Hechos 12:1 y 2, Lucas dice: “En aquel mismo tiempo el rey Herodes echó mano a algunos de la iglesia para maltratarles. Y mató a espada a Jacobo, hermano de Juan”. Este Hijo del Trueno, ahora transformado, no pidió fuego del cielo para aniquilar a sus enemigos (Lucas 9:54), sino que siguiendo los pasos de su Maestro, aceptó la muerte sin ofrecer resistencia.
Juan, el segundo Hijo del Trueno, experimentó de primera mano el amor de Jesús por los demás. El discípulo “al cual Jesús amaba” (Juan 13:23; 19:26) fue testigo del amor del Señor hacia los pecadores, los samaritanos y cualquiera que se le acercara. Aprendió cuán importante y relevante es el amor. Luego que Jesús lavó los pies de los discípulos, Juan escuchó [al Maestro] decir: «Un mandamiento nuevo os doy; que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos por los otros» (Juan 13:34, 35). Luego, cuando Jesús hablaba sobre la vid verdadera, Juan nuevamente le oyó decir: «Y este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Juan 15:12, 13 NVI).
Juan asimiló el lenguaje de Jesús, y es evidente en sus epístolas. En Juan 15:10 (NVI), Jesús dijo: “Si obedecen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo he obedecido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”. En 1 Juan 2:3, 4, [el apóstol] dice: “… en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él”.
Juan les recordó a los hermanos la relación filial entre ellos, y [destacó la importancia] del nuevo mandamiento de amarse los unos a los otros:
“Hermanos, no os escribo mandamiento nuevo, sino el mandamiento antiguo que habéis tenido desde el principio; este mandamiento antiguo es la palabra que habéis oído desde el principio. Sin embargo, os escribo un mandamiento nuevo, que es verdadero en él y en vosotros, porque las tinieblas van pasando, y la luz verdadera ya alumbra. El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo”. (1 Juan 2:7-10)
Juan también llamó a los hermanos ‘hijitos’: “Os escribo a vosotros, hijitos, porque vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre… Hijitos, ya es el último tiempo; y según vosotros oísteis que el anticristo viene, así ahora han surgido muchos anticristos…” (1 Juan 2:12, 18). En 1 Juan 3:1, el apóstol reafirmó nuestra condición de hijos de Dios, diciendo: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él”.
Juan comprendió que el discipulado transformador implica entregar la vida por el prójimo. Por eso dijo: “En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Juan 3:16).
En el capítulo 4, Juan continúa exhortándonos a amarnos los unos a los otros:
“Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros. Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros. En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu”. (1 Juan 4:7-10)
Juan, lleno del Espíritu de Jesús, que es el Espíritu vivificador, testificó que había dejado atrás su antiguo espíritu destructivo. En Hechos 8, él y Pedro impusieron las manos sobre los samaritanos que habían creído en Jesús para que recibieran el fuego del Espíritu Santo (vv. 14-17). El Juan transformado ahora imponía las manos sobre aquellos a quienes antes quería destruir. ¡Qué diferencia! El discípulo transformado ama a todos por igual.
La transformación de Pedro
Pedro también fue transformado por su Señor. El Pedro que, con espada en mano, estaba dispuesto a matar a su prójimo por defender a Jesús, tuvo que aprender el significado de la sumisión. Basta recordar su reticencia a dejar que Jesús le lavara los pies. Mientras Pedro se ceñía una espada a la cintura, Jesús se ceñía una toalla (Juan 13). Para que Pedro entendiera el verdadero significado del liderazgo, Jesús se humilló a Sí mismo para mostrarle que la grandeza se encuentra en el servicio a los demás.
Jesús le advirtió a Pedro de que su fe sería puesta a prueba. “Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo; pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos”. (Lucas 22:31, 32).
El Pedro que en el Getsemaní había mostrado gran valentía, que había dicho que daría su vida por Jesús y que no titubeó en usar la espada, se acobardó en el patio de Anás, y negó a Jesús tres veces (Juan 18:15-18, 25-27). Su fe fue probada; mas Jesús no quitó Su mirada de Pedro aun cuando Él estaba siendo bofeteado. Luego de la negación, “… vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente” (Lucas 22:61, 62).
Pero Pedro necesitaba ser restaurado por Jesús. Juan 21 dice que regresó a su antiguo oficio y, tristemente, los otros discípulos lo siguieron. Jesús lo confrontó, y tres veces le preguntó si lo amaba. Con cada respuesta, Jesús le encomendó la tarea de apacentar y pastorear a su rebaño. Jesús también le dijo que cuando fuera viejo, extendería sus manos, y otro lo ceñiría, y tendría que dar su vida por su Señor. Y dicho esto, el Señor reafirmó su llamado: “Sígueme” (Juan 21:18-20).
Pedro asimiló las enseñanzas de Jesús, un hecho que se evidencia en sus cartas. En sus escritos a los hermanos de la diáspora que sufrían persecución, los animó, diciendo: “para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 Pedro 1:7). Luego de haber negado a Jesús en su hora de prueba; ahora él aconsejaba a los hermanos y hermanas a vencer las pruebas.
El Pedro, que no titubeaba en usar la espada cuando los enemigos se acercaban a Jesús, ahora aconsejaba a los hermanos, diciendo:
“Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, misericordiosos, amigables; no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición. Porque: El que quiere amar la vida y ver días buenos, refrene su lengua de mal, y sus labios no hablen engaño; apártese del mal, y haga el bien; busque la paz, y sígala. porque los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus oraciones; pero el rostro del Señor está contra aquellos que hacen el mal”. (1 Pedro 3:8-12; véase también Salmo 34:12-16)
¡Qué tono tan distinto de un hombre que no dudó en desenvainar su espada para intentar matar a Malco, el siervo del centurión, en el huerto de Getsemaní cuando la [turba] se acercaba para arrestar a Jesús!
El Pedro que reprendió a Jesús cuando Él habló de Su sufrimiento en la cruz (Marcos 8:31-38) ahora les escribía a sus hermanos, diciendo:
“Y a ustedes, ¿quién les va a hacer daño si se esfuerzan por hacer el bien? ¡Dichosos si sufren por causa de la justicia! «No teman lo que ellos temen ni se dejen asustar». Más bien, honren en su corazón a Cristo como Señor. Estén siempre preparados para responder a todo el que pida razón de la esperanza que hay en ustedes. Pero háganlo con gentileza y respeto, manteniendo la conciencia limpia, para que los que hablan mal de la buena conducta de ustedes en Cristo se avergüencen de sus calumnias. Si es la voluntad de Dios, es preferible sufrir por hacer el bien que por hacer el mal”. (1 Pedro 3:13-17 NVI)
Siguiendo el ejemplo de Jesús, Pedro les advirtió a sus hermanos que el sufrimiento es parte de la vida cristiana: “Puesto que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también armaos del mismo pensamiento; pues quien ha padecido en la carne, terminó con el pecado, para no vivir el tiempo que resta en la carne, conforme a las concupiscencias de los hombres, sino conforme a la voluntad de Dios”. (1 Pedro 4:1, 2)
A los pastores, les escribe:
“Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria”. (1 Pedro 5:1-4)
Las epístolas de Pedro son un testimonio de que su vida fue transformada por el Señor. La tradición dice que fue crucificado en Roma, dando gloria a través de su muerte al Señor que tanto amó.
Conclusión
A través de este estudio, hemos afirmado que el objetivo del discipulado cristiano es que seamos transformados –para llegar a ser como Jesús– y este proceso no ocurre de forma instantánea.
Debemos movernos con Jesús, permanecer en Él y obedecerle. Los ejemplos de Pedro, Juan y Jacobo demuestran la transformación que ocurrió en la vida de cada uno. El Señor los cambió de individuos violentos y peligrosos, dispuestos a desaparecer a sus adversarios si fuera necesario, a discípulos que dieron sus vidas por Jesús. Jesús los conocía, pero en lugar de rechazarlos, los acercó hacia Él y les enseñó y ejemplificó el verdadero discipulado basado en el amor y la hermandad. La relación de Jesús con Sus discípulos fue más allá de la relación que existía entre un rabino y un discípulo. Jesús los hizo amigos Suyos, diciendo: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer” (Juan 15:14, 15). Jesús los hizo Sus hermanos. Hablando con María después de Su resurrección, le dijo: “Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Juan 20:17). Jesús los hizo hijos de Dios: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12; véase también Juan 13:33). Esta relación fue sellada con la venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés.
[De manera que], podemos decir que Pentecostés fue un acontecimiento crucial en la transformación de los discípulos. Ese día, Pedro predicó con gran valentía. Después de sanar al cojo que se encontraba en la puerta del templo llamada la Hermosa (Hechos 3), Pedro y Juan fueron arrestados (Hechos 4) e interrogados por los gobernantes, los líderes religiosos y los maestros de la ley. Mas Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo abiertamente que ellos (los líderes judíos) habían crucificado a Jesús de Nazaret. Y aunque fueron “intimidados” para que no hablaran y enseñaran en el nombre de Jesús (4:18), Pedro y Juan, sin rodeos, les dijeron a los líderes que no dejarían de obedecer a Dios por obedecerles a ellos, y tampoco dejarían de hablar de las [maravillas] que habían visto y oído (4:19, 20). Más adelante, en [Hechos] 5:17-42, [leemos] que los discípulos fueron golpeados por seguir predicando en el nombre del Señor. Pedro y los otros discípulos salieron de [la presencia del] concilio “gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre” (5:41).
El modelo de discipulado de Jesús nos enseña que debemos aceptar a las personas tal como son, viendo en ellas el potencial que tienen para ser transformadas. La transformación es posible a través del poder transformador del Espíritu Santo y la Palabra de Dios. Así se cumplirá lo que dijo nuestro Señor: “Bástale al discípulo ser como su maestro…” (Mateo 10:25).
Las vidas que son transformadas reflejan a su Señor. Cuando hablamos, ¿qué revela nuestra conversación? ¿Qué palabras empleamos? ¿Dirá la gente, cuando nos oyen hablar, este hombre o esta mujer ha estado con Jesús? ¿Reflejan nuestro comportamiento y temperamento el poder transformador de Dios? Así como Pedro tuvo que cambiar su espada por una toalla, ¿qué cambiará usted hoy?