Alcanzar a los que nunca han asistido a la iglesia y a los que se han alejado: ¿Quieres ser mi amigo?

¿Quieres ser mi amigo? [1]

Es un hermoso día en este vecindario
Un hermoso día para [conocer a] un amigo
¿Serás mi amigo?
¿Podrías ser mi amigo?

Es un excelente día en este hermoso bosque
Un excelente día para disfrutar de la belleza
¿Serás mi amigo?
¿Podrías ser mi amigo?

Siempre he querido tener un amigo como tú
Siempre he querido vivir en un vecindario contigo
Aprovechemos al máximo este hermoso día
Ahora que estamos juntos debemos decir:
¿Serás?
¿Podrías ser?
¿Quieres ser mi amigo?

El Sr. Fred Rogers ganó amigos demostrando
constantemente amabilidad, respeto y aceptación hacia
todos, especialmente hacia los niños, a través de su
programa televisivo —El vecindario del señor Rogers.
Creó un sentimiento de comunidad acogiendo a los
telespectadores en su casa, interactuando con ellos
directamente y abordando importantes temas de la
infancia con honestidad y empatía. También amplió su
definición de “prójimo” para abarcar a cualquiera que
necesitara cuidados y apoyo, independientemente de
su procedencia o ubicación.

¿Qué podemos aprender de esto?

Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.
Este es el primero y grande mandamiento. Y el
segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como
a ti mismo. De estos dos mandamientos depende
toda la ley y los profetas. (Mateo 22:37–40)

Aquí Dios menciona nuestros mayores propósitos
en la tierra: amarle y ser buenos mayordomos de
nuestra comunidad, comprometernos a llevar shalom
(paz) a nuestras esferas de influencia —ser un buen
prójimo. Este llamado a comunidad y shalom puede
aun llevarnos a redefinir quién consideramos que es
nuestro prójimo.

La declaración que nos ofrece el Evangelio de Lucas
–“Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar
lo que se había perdido” (19:10)– es un tema central
de la fe cristiana, que enfatiza el propósito de Jesús al
venir a la tierra. Destaca su misión de llegar a los que
están separados de Dios por el pecado, ofreciéndoles
la reconciliación y la salvación, según el Nuevo
Testamento.

Jesús es nuestro modelo.

Debemos ser Sus manos y Sus pies. Su plan es nuestro
propósito.

Jesús tenía una manera única de acercarse a Sus
seguidores y de relacionarse con las personas alejadas
de Dios. Esto implicaba principalmente ser amigo,
aun de los pecadores. Cuando Jesús caminaba por la
tierra, se le llamaba “amigo de los pecadores”. Jesús
se relacionaba con los marginados de la sociedad
—prostitutas, recaudadores de impuestos, oprimidos.
Ser amigo de los pecadores no significaba que Jesús
comprometiera Sus principios. Nunca participó ni dio
Su aprobación a los descarriados, pero se preocupó lo
suficiente como para llegar a conocerlos. Cuanto más
se acercaba a ellos, más sabían que se preocupaba por
ellos.

Forjar relaciones es una parte esencial para llegar a
los que no han asistido a la iglesia y a los que se han
alejado de ella. Fue este sentir por la gente lo que Jesús
depositó en Sus primeros seguidores. Estos hombres
estaban saturados de prejuicios y se apresuraban a
juzgar a las personas sólo por su origen cultural o sus
malas elecciones. Jesús trabajó duro para romper esas
barreras, lo que significaba llevar a Sus seguidores
a lugares que al principio les resultaban incómodos.
Los llevó a Samaria (un territorio prohibido al norte de
Jerusalén) para encontrarse con una mujer junto a un
pozo. Les ordenó cruzar el mar de Galilea, adentrándose
en territorio no judío, para encontrarse con un hombre
lleno de demonios. Los condujo hacia el norte, a Tiro,
una ciudad gentil fuera de las fronteras de Israel, para
encontrarse con una mujer desesperada que buscaba
sanidad. Condujo a sus hombres a Cesarea de Filipo,
donde la gente practicaba todo tipo de cultos paganos.

¿Por qué hizo esto Jesús? Quería que Sus seguidores
aprendieran una lección especialmente importante: A
Dios le importa la gente.
No hay nadie que esté fuera del
alcance de la gracia de Dios. Quería que comprendieran
que debían ir a la gente, ya que, en la mayoría de los
casos, los que más necesitan a Dios no vendrán a ellos.
La misma lección se aplica a nosotros hoy.

A Dios le importa todas las personas.

Seguir a Jesús y unirnos a Él en Su misión significa que
debemos aceptar el hecho de que cada persona es
importante para Dios. Nunca ha conocido a una persona
a la que Dios no ame. Nunca ha visto a una persona que
esté tan lejos que Dios no pueda llegar a ella. Es muy
probable que las personas que más necesitan a Cristo
no asisten a la iglesia. Por eso Jesús le envía a usted a
ellas.

El primer paso para vivir “en la misión” es empezar a
mirar a su alrededor y ver a las personas que Dios ya ha
puesto en su vida que lo necesitan. Piense ahora mismo,
¿quiénes son las personas en su vida que no conocen
a Cristo? Pueden ser personas que viven cerca o con
quienes trabaja. Tal vez son personas que frecuentan
los mismos lugares que usted. Pídale a Dios que le abra
los ojos.

Después de verlos y conocerlos, conviértase en su
amigo. Quédese el tiempo suficiente para mantener una
conversación. Dedique tiempo a conocerlos. Mantenga
el contacto visual. Comparta su corazón. Escuche. Esto
puede significar conversar con su vecino cuando sale a
sacar la basura. Puede significar iniciar una conversación
con un compañero de trabajo para conocer mejor su
historia personal.

Al principio, esto puede hacerle sentir un poco
incómodo. Recuerde que Jesús ponía a Sus discípulos
en situaciones incómodas intencionadamente, a
menudo sacándolos de su zona de confort. Pero cuanto
más se esfuerce por superar ese sentimiento inicial de
incomodidad, más se sorprenderá de cómo Dios pondrá
en su vida a personas que sufren para que usted las
toque. Esto es vivir en la misión “al estilo de Jesús”.

El mayor obstáculo para cumplir con el
Gran Mandamiento es el TIEMPO.

Vivimos en tensión entre lo urgente y lo importante.
Cuando nuestras prioridades están determinadas por la urgencia, nuestras vidas no se alinean con nuestras
intenciones. Jesús logró muchas cosas, pero Su vida
nunca fue apresurada. Tenía tiempo para la gente y para
las conversaciones. ¿Vivimos a un ritmo que nos permite
estar disponibles para los que viven a nuestro alrededor?
Jesús tenía tiempo para las interrupciones; ¿lo tenemos
nosotros? ¿Qué tenemos que hacer para cambiar el
ritmo de nuestras vidas y estar más disponibles para los
que viven a nuestro alrededor?

En La vida que siempre ha querido, John Ortberg
afirma: “La prisa es el gran enemigo de la vida espiritual
en nuestros días”. [2] Él usa la frase “la enfermedad de
las prisas” y continúa diciendo que la razón por la
que las prisas son tan peligrosas es porque el amor y
las prisas no son compatibles. “El amor siempre lleva
tiempo, y tiempo es lo único que no tienen las personas
apresuradas”.

Alcanzar a los que nunca han asistido a la iglesia y a
los que se han alejado es construir relaciones genuinas.
Debemos centrarnos en compartir cómo la fe ha
moldeado nuestras vidas, contando nuestra historia. A
la gente le atrae la autenticidad. Theodore Roosevelt
dijo: “A la gente no le importa cuánto tú sabes hasta que
saben cuánto ellos te importan”.

Nos demos cuenta o no, la gente nos pregunta:
¿Quieres ser mi amigo?”.

[1] “Won’t You Be My Neighbor,” música y letra por Fred M. Rogers (McFeely-Rogers Foundation, 1990), Mister Rogers’ Neighborhood, https://www.misterrogers.org/videos/wont-you-be-my-neighbor/.

[2] John Ortberg, The Life You’ve Always Wanted: Spiritual Disciplines for Ordinary People (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2015).

– Escrito por Obispo Stacy Tuttle, como publicado en la edición de julio del Mensajero Ala Blanca

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