Alcanzar a los que han dejado de asistir a la iglesia regularmente y los que han dejado de ir por completo

Para entender las necesidades y preguntas de aquellos
que han dejado de asistir a la iglesia regularmente y los
que la han dejado por completo, tenemos que conocer
sus situaciones respectivas. Los que “han dejado de
asistir regularmente” se refiere a aquellos que no
han asistido a un servicio religioso en los últimos seis
meses o más, mientras que los que “han dejado de ir
por completo” se refiere aquellos que antes estaban
activos en servicios religiosos pero que han dejado de
asistir regularmente. Algunos quizás argumenten que
los que han dejado de asistir regularmente a la iglesia
son personas que simplemente están desinformadas y
necesitan conocer a Dios. Sin embargo, ellos afirman
que se han desconectado de la iglesia porque están
atravesando heridas causadas por experiencias
negativas en la iglesia. Aunque algo de esto pueda ser
cierto, el asunto importante aquí es cómo podemos
conectar la diferencia entre percepción y realidad a fin
de conocer las necesidades y preguntas de aquellos
que han puesto una pausa en su vida de iglesia y los
que han dejado de asistir por completo.

Hebreos 10:24 nos exhorta a reflexionar en cómo
podemos motivarnos mutuamente al amor y a las buenas
obras. El versículo 25 hace hincapié en la importancia
de no dejar de congregarnos, como algunos tienen
por costumbre. [La Palabra] insta a apoyarnos unos a
otros, especialmente a medida que nos acercamos
a la venida del Señor. La importancia de conocer los
rasgos distintivos de aquellos que han dejado de asistir
a la iglesia regularmente y los que la han abandonado
por completo, nos ayudará a encontrar puntos en
común para conectarnos con ellos. Cuando logramos evolucionar nuestras perspectivas y tratamos de
entender sus circunstancias, nos podremos comunicar
de forma más eficaz con ellos, y con amor (1 Corintios
1:10). Solo entonces, podremos comprender sus
necesidades e interrogantes para que podamos cultivar
y mantener relaciones auténticas y sin pretensiones
con ellos. Lo primero que deberíamos considerar son
nuevos métodos para establecer entornos acogedores
tanto para quienes se han alejado de la iglesia como los
que no tienen un trasfondo de fe cristiana.

[Sin duda,] es de esperarse que una persona que se va
de la iglesia cuestione las indiferencias que encontró
dentro de la comunidad religiosa. Posiblemente un
líder o miembro de la iglesia haya pasado por alto
algún acontecimiento significativo en la vida de esa
persona, como un cumpleaños, un logro personal o la
pérdida de un ser querido. Las opciones son ilimitadas.
No somos intachables, y aunque no hayamos querido
pasar por alto las necesidades de los demás, a veces
lo hacemos (Romanos 3:23). Pero, por otro lado,
consideremos a una persona que no tiene un trasfondo
de fe. Seguramente él/ella se preguntaría si Dios o Sus
seguidores en realidad lo aceptarían dado su estilo de
vida actual o sus errores pasados. Hay personas que
han asistido a la iglesia en varias ocasiones, pero de
pronto dejan de ir porque un líder o miembro los han
hecho sentir incómodos luego de que los hayan visto
fumar un cigarrillo cerca de la iglesia. A nosotros no
se nos ha dado autoridad para juzgar a nadie (Lucas
6:37). Y aunque no tenemos derecho a juzgar a los
demás, de vez en cuando lo hacemos. La verdad es que
estas circunstancias [en lugar de alejar a la gente] nos deberían animar a buscar maneras cómo relacionarnos
con los demás en nuestras comunidades, encontrar
formas de fomentar una mayor empatía y aceptación de
las personas con distintos orígenes y perspectivas.

Una idea sería organizar periódicamente diálogos
abiertos que promuevan conversaciones sinceras. Los
participantes tendrían la oportunidad de aprender más
unos de otros –acerca de la fe, la espiritualidad y las
experiencias personales–, siempre guardándonos
de prejuicios (Proverbios 1:5). Cuando fomentamos
entornos como este, desafiamos la percepción de que
la iglesia menosprecia a las personas que visten, se
comportan o piensan de forma diferente a la nuestra. Por el contrario, esto promueve conversaciones abiertas
con todos, independientemente de que compartan o
no las mismas creencias. El cuerpo de Cristo tiene la
responsabilidad de mantener comunicación con cada
miembro y de elaborar estrategias en común que
ayuden a recordar los pequeños pero significativos
detalles que importan a cada individuo. Esta práctica
garantizará que la iglesia se mantenga en contacto con
los miembros nuevos, los existentes y los que regresan.

Supongamos que tenemos dificultad para encontrar
nuevas estrategias que continuamente nos ayuden
a alcanzar a los que han dejado de ir a la iglesia regularmente y los que se han alejado por completo.
Una idea para ayudarnos con esto sería buscar
orientación de otros ministerios que eficazmente han
establecido una relación con esas personas que se
han sentido desconectadas de la iglesia tradicional.
Podemos considerar organizaciones como la Iglesia
de Dios de la Profecía de Brockton, Massachussets. Su
departamento del Ministerio de Jóvenes, en particular,
ofrece una experiencia eclesiástica poco convencional
que enfatiza las enseñanzas bíblicas y la participación
comunitaria. Sus actividades eclesiásticas poco
convencionales incluyen organizar grupos de lectura
centrados en libros de la Biblia, campamentos juveniles
y fiestas comunitarias para las familias y amigos.

[Lo animo] a dedicar tiempo a conocer otros ministerios
y a evaluar aquellas cosas que ellos hacen que sean
eficaces y aquellas que no. [El esfuerzo] de conocer
estos detalles nos ayudará a identificar las mejores
prácticas para la comunidad de nuestra iglesia. La
importancia de conocer los interrogantes de la gente
que han dejado de asistir regularmente a la iglesia y
las que la han abandonado por completo, nos ayuda a
comprender mejor sus necesidades y preocupaciones.
Con esto en mente, podemos entonces hacer algunos
esfuerzos iniciales para cerrar la brecha entre ellos y la
comunión en el cuerpo de Cristo.

– Escrito por Bridgett J. Reece, como publicado en la edición de julio del Mensajero Ala Blanca

Bridgett J. Reece, estudiante del Seminario Espíritu y Vida, se crió en Boston, Massachusetts. Posee una
licenciatura en Justicia Penal (de la Universidad de Massachusetts-Boston). Más adelante, obtuvo una
maestría en Derecho (de la Universidad Abraham Lincoln) y se graduó con honores.

Se ha dedicado al trabajo comunitario como voluntaria en el ministerio de damas de la IDP de Brockton (Massachusetts). Ella participa en la feria de la salud que organiza la iglesia para promover la alfabetización jurídica entre los asistentes. Su objetivo es cultivar relaciones significativas dentro de su iglesia y la comunidad local.
Recientemente contrajo matrimonio, y atesora las relaciones familiares y le encanta cocinar. Utiliza este
talento para reunir a su familia y amigos en ocasiones especiales.

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