La Biblia habla ampliamente sobre la autoridad de la Palabra de Dios. Cuando la proclamamos con fe, de nuestro espíritu se libera un peso, una sustancia y una pesadumbre. La Escritura declarada con fe a través de la inspiración y revelación del Espíritu Santo es respaldada por la Palabra viva, Jesucristo. [A través de la fe] somos transformados para reflejar el carácter de Jesús, la Palabra viva.
En Deuteronomio 32:1, 2 claramente vemos cómo Moisés comprendió el poder y el efecto de la palabra inspirada por Dios, diciendo,
Escuchad, cielos, y hablaré;
Y oiga la tierra los dichos de mi boca.
Goteará como la lluvia mi enseñanza,
Destilará como el rocío mi razonamiento,
como llovizna sobre la grama,
And as showers on the grass.
Tan pronto la Palabra viva comienza a fluir a través de nosotros, comenzamos a experimentar una transformación, un cambio en la atmósfera y una anticipación del cielo y la tierra, y manifestamos el carácter, el poder y la autoridad de Dios en el mundo (Romanos 8:19).
El poder de la Palabra hablada despierta un avivamiento y renovación en el espíritu, y cambia la necesidad de cualquier situación, y le entrega el reino espiritual a Su autoridad y presencia.
En los versículos 3 y 4 de Deuteronomio 32, Moisés
testifica de la grandeza y fidelidad de Dios al
proclamar Su nombre:–
Porque el nombre de Jehová proclamaré:
Engrandeced a nuestro Dios.
Él es la Roca, cuya obra es pefecta;
porque todoos sus caminos son rectitud,
Dios es verdad, y sin iniquidad en él;
es justo y recto.
La Palabra declarada libera poder. Hay poder cuando
proclamamos Su nombre y testificamos de Su amor,
misericordia y gracia revelados a través de Su pacto
con nosotros.
Cuando testificamos, el poder de la presencia de Dios
–el Yo soy– y la autoridad de Su Palabra en y a través
de nosotros comienza a caer como rocío sobre tierra
árida en espera de la revelación a través de personas
llenas de valor para conquistar y reconciliar al mundo
con Cristo, la Palabra viviente, a través del poder del
Espíritu Santo.
Con esta declaración en mente, ¡les comparto un
testimonio personal!
En mi familia, desde niños, nos enseñaron a buscar nuestras respuestas, necesidades, protección y provisión en la Palabra de Dios. Aprendimos a orar y proclamar las Escrituras sobre todas las circunstancias que venían a nuestras vidas. Inculcado en mi personalidad y relación con Dios, esta búsqueda se ha convertido en una parte inherente de mi vida cotidiana y ministerio.
Después de cada culto, tenemos la práctica de recitar sobre la congregación la bendición sacerdotal registrada en Números 6:24-26. El 8 de marzo, bendije a la congregación como de costumbre con la bendición sacerdotal y todo lo que el Espíritu Santo había puesto en mi corazón.
Ya para finalizar, sentí en mi corazón recitar Isaías 43:1-5 (parafraseado) como parte de la bendición: “No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú. Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti…” Añadí específicamente: “Una traducción dice que ni
siquiera olerán a fuego, ¡porque Dios los ama!”.
Dos semanas más tarde, tuvimos un apagón después de nuestro servicio dominical en la iglesia. Alguien del vecindario vino a inspeccionar todo y volvió a conectar la electricidad. Pero luego, de vez en cuando, escuchábamos una pequeña explosión, pero con tantas cosas extrañas sucediendo a nuestro alrededor de manera frecuente, no le prestamos
mucha atención.
El lunes 24 de marzo por la mañana, me di cuenta de que no había electricidad. Entonces me dirigí a la caja de fusibles y oía que el contador seguía funcionando, por lo que entonces me dirigí a inspeccionar la caja exterior para ver cuál era el problema.
Para mi sorpresa, el cable vivo que iba conectado al poste de servicios públicos había sido cortado de la rejilla protectora intencionalmente por alguien que intentaba robarlo. La caja seguía recibiendo electricidad a pesar de que el cable había sido cortado, así que con un palo desconecté el interruptor y lo apagué. Pero mientras tenía la cubierta abierta con una mano, le explicaba a mi mamá, quien estaba cerca, acerca del problema y de los cables que se habían fundido. Seguí conversando con ella sobre el plan de acción que debíamos hacer, cuando de repente se oyó un ¡estruendo! El cable eléctrico explotó a unos treinta centímetros de mí mientras
miraba directamente a la caja.
Inmediatamente cerré la cubierta y miré a mi madre.
Ella estaba pálida y repetidamente me preguntaba:
“¿Estás bien?”
Mientras entraba a la propiedad por el otro lado, mi mamá me miraba como si no pudiera creer lo que veía y me preguntaba de nuevo: “¿Estás bien?” Repetidamente le aseguré que sí.
“Las llamas te envolvían; vi cómo te quemabas. ¿Estás
segura de que estás bien?”, me dijo.
“Mamá, huele mi ropa. Ni siquiera huelo a fuego”, le respondí. Tan pronto dije esas palabras, vino a mi mente las palabras que había declarado sobre la congregación dos semanas antes.
Durante mi oración de la tarde, entendí que la Palabra de Dios estaba viva en mí. No estaba en mis labios. No había sido absorbida por mis ojos. No había sido analizada lógicamente por mi mente. La Palabra de Dios había sido escrita con amor por Dios en mi corazón.
Pude haber quedado ciega, gravemente quemada o, peor aún, pude haber muerto, pero la Palabra de Dios, Jesucristo, me salvó. No tengo palabras para expresar la gratitud de mi corazón por Su gracia salvadora sobre mi vida.
Espero que este testimonio sea de aliento para su
vida.
No deje de proclamar la Palabra de Dios sobre su vida y familia. Es viva y eficaz; no volverá atrás vacía, sino que cumplirá lo que agrada a Dios, tal como dice Isaías 55:11:
“Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié”.
Somos testigos vivos y embajadores de la fidelidad
de Dios cuando declaramos Su Palabra con fe. Cuando Dios toca nuestros labios y pone Su Palabra en nuestra boca, Él está vivo y activo a través de ella, y se asegurará de que se cumpla a Su debido tiempo.