Cuando Cristo Su mano me dio
Cuando Cristo Su mano me dio
Yo andaba sin luz, perdido en la maldad
Cuando Cristo Su mano me dio.
La letra del antiguo himno escrito por G.E. Wright nos
recuerda que nuestro Dios es un Dios que “alcanza”. Su
alcance es tanto personal (para mí) como incondicional
(para los perdidos sin Dios o Su Hijo).
En el Salmo 18:16 y 17, se describe al Señor como
descendiendo desde lo alto para rescatar y proteger
a los que están en angustia. David dijo: “Extendiendo
su mano desde lo alto, tomó la mía y me sacó del mar
profundo” (v. 16, NVI).
Con el deseo genuino de hacer la voluntad de Jesús,
debemos ser una iglesia que “alcanza”. Nuestro alcance
también debe ser personal e incondicional. El llamado
que hacemos en esta edición del Mensajero Ala Blanca
es a extendernos para alcanzar a los que nunca han
asistido a la iglesia y a los que se han alejado.
Es probable que de estos dos términos, usted esté
más familiarizado con el primero: aquellos que nunca
han ido a la iglesia. Estos son los que no tienen ninguna trayectoria de iglesia, ningún recuerdo de escuela dominical, ni experiencias formativas de fe. No son necesariamente personas hostiles al evangelio, simplemente no lo conocen. Por el contrario, los que se han alejado de la iglesia son aquellos que una vez caminaron con nosotros –quizá cantaron en coros, sirvieron en algún ministerio o dirigieron grupos de jóvenes–, pero se han desligado de la vida de la iglesia por completo. Muchos de ellos no están lejos del reino; simplemente se han alejado, y ya no participan activamente en la vida de la iglesia.
La buena noticia es esta: Dios no ha dejado de alcanzar,
y nosotros tampoco.
Como movimiento dirigido por el Espíritu que somos,
creemos que los huesos secos pueden revivir, que
los pródigos pueden volver a casa y que los perdidos
pueden ser encontrados. Sin embargo, a fin de alcanzar
a los que nunca han ido a la iglesia y a los que se han
alejado tenemos que buscar un nuevo bautismo de
compasión que nos lleve al compromiso y a la relación
con ellos y no depender únicamente de estrategias,
aunque son necesarias.
No podemos seguir confiando en los métodos del
pasado para alcanzar al mundo de hoy. Los que no van
a la iglesia no buscan una iglesia que simplemente se
reúna los domingos; ellos buscan una comunidad que le dé sentido a la vida también los lunes. Por otro lado, los
que han dejado de ir a la iglesia no buscan programas,
sino autenticidad, relación, sanidad y propósito.
A continuación, le presento cuatro principios para
ayudarlo a cumplir esta misión con una pasión renovada:
- Escuchar antes de hablar.
Debemos aprender a escuchar las historias de los que
se han alejado de la iglesia y de los que nunca han
asistido antes de predicarles otro sermón. La compasión
nos ayuda a ganar credibilidad. Antes de que la gente
pueda confiar en nuestro mensaje, ellos necesitan saber
que realmente hemos escuchado, sus historias.
- Liderar con relaciones, no con la religión.
La iglesia primitiva crecía “diariamente” no por los
servicios semanales que hacían, sino por las relaciones
diarias. Hechos 2:46 y 47 dice: “De casa en casa partían
el pan …Y cada día el Señor añadía al grupo los que
iban siendo salvos” (NVI). Aquellos que se han alejado a
menudo tienen cicatrices provocadas por la iglesia que
solo serán sanadas en la seguridad de las relaciones
genuinas. No los invite a la iglesia sin antes invitarlos a
la mesa.
- Dejar espacio para las preguntas y las dudas.
Las iglesias pentecostales son conocidas por sus
sermones desafiantes y sus innegables declaraciones
de fe. Pero también es importante que las iglesias sean
lugares donde el buscador, el escéptico y el creyente
puedan encontrarse con la fe. Jesús escuchó las dudas
de Tomás y no lo reprendió. Tenemos que hacer espacio
en nuestras iglesias para el lento caminar hacia la
confianza y la convicción.
- Esperar que el Espíritu Santo haga la obra.
Por último, lo que gana el corazón de las personas no
son los grandes programas ni la promoción inteligente,
sino el Espíritu Santo. No podemos dejar de creer que
el Espíritu es quien acerca, redarguye, sana y restaura.
Cuando dejamos que Su presencia tome control, Él
hace lo que ningún sermón o sistema puede hacer.
Nosotros podemos plantar y regar, pero solo Dios da el
crecimiento.
Este es el tiempo de alcanzar. Por lo tanto, sea el tipo de
iglesia que se convierta en el lugar que no buscaban los
que nunca han entrado en ella y los que la abandonaron:
una iglesia llena de gracia y verdad, aferrada en las
Escrituras y viva en el Espíritu, firme en la santidad pero
llena de misericordia.
Priorice las oportunidades para alcanzar.
– Escrito por Bishop Tim Coalter, como publicado en la edición de julio del Mensajero Ala Blanca